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Fecha: Del 25/12/2016 al 05/01/2017
A la tarde noche del día de Navidad, llegaba a Colombo desde Kuala Lumpur tras haber pasado 10 días en Malasia. Me quedé en un hostal cerca del aeropuerto para esperar a que a la mañana siguiente llegase mi prima Marta desde España. Mi prima es como mi hermana, así que esperábamos este viaje como muchas ganas. Habíamos leído que Colombo no merecía la pena, así que como andábamos justos de tiempo, sólo sería una parada para encontrarnos y partir de ahí empezar el viaje, pero sin visitar la ciudad.
Marta llegó después de un largo viaje desde España a la mañana siguiente, así que una vez reunidos en el hostal y tras un pequeño descanso para ponernos al día y planificar, nos pusimos rumbo a Dambulla. Tuvimos que ir en Tuktuk hasta la parada de buses de Negombo, y desde allí coger un bus que nos llevase a Kurunegala y luego otro a Dambulla. Nuestra primera experiencia en los buses de Sri Lanka, toda una aventura. Buses antiguos que se llenan de gente y que circulan a gran velocidad por las carreteras del país, adelantando coches y motos incluso en curvas sin visibilidad. Nuestra cara era un poema.
Dambulla, Sigiriya y Polonnaruwa.
Llegamos a la tarde-noche a nuestro hospedaje en Dambulla, así que sólo nos dió tiempo a salir a cenar y probar por primera vez el Kottu, para luego volvernos a planificar el día siguiente y descansar.
El día amanecía revuelto y amenazando con lluvias, así que salimos a visitar el Rock Temple, compuesto de cinco cuevas budistas en las que hay una diferente colección de budas en cada una de ellas. Desde la parte baja donde un gran buda de oro preside la entrada hasta las cuevas es necesario subir unas cuantas escaleras para llegar a ellas, eso sí, con la compañía de los monos a lo largo del camino. Una vez en lo alto, además de las cuevas, lo más llamativo son las vistas. Es ahí donde empezamos a admirar la belleza de Sri Lanka. Jungla sin límites.
Las previsiones se habían cumplido y empezó a llover de vuelta a nuestro alojamiento, así que estuvimos algo parados hasta que el tiempo mejoró y nos lanzamos a conocer Sigiriya. Nos fuimos en tuktuk, el mismo que nos recogería a la salida.
La Roca de Sigiriya está considerada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1982 y es una de las principales atracciones de Sri Lanka por ser las ruinas de un monasterio budista construido en lo alto de una gran roca, la cual sobresale en el medio de la jungla. Para llegar a lo alto es necesario subir cientos de escaleras inclinadas. Sudamos bastante, por no decir mucho, pero estábamos contentos puesto que no llovía. De nuevo, la vistas eran impresionantes. Sri Lanka empezaba a enamorarnos.
Al día siguiente, era momento para irnos a visitar Polonnaruwa, antigua capital de Sri Lanka, donde recorrimos en tuk tuk las ruinas de esta antigua ciudad bien marcada por la influencia india. El conductor nos llevaba a cada uno de los lugares más importantes de la ciudad, para luego dejarnos en un restaurante para comer y seguidamente coger el bus de vuelta a Dambulla a recoger nuestras mochilas y seguir con el viaje.
A la tarde noche llegamos a Dambulla, cogimos las mochilas y nos pusimos rumbo a Nuwara Eliya. Si el anterior viaje en bus no pareció una aventura, éste lo podríamos describir como cardíaco. Nunca habíamos visto un autobús ir a esa velocidad por unas inclinadas carreteras llenas de curvas. De hecho mi prima optó por no mirar hacia la carretera y que fuese lo que del destino nos tuviese preparado. Yo prefería mirar hacia al frente aunque cerrando los ojos y conteniendo el aire en algunas ocasiones.
Nuwara Eliya
Llegamos al lugar, nos bajamos del bus y nos miramos el uno al otro sin decir nada pero expresando con nuestra mirada “¡vaya viajecito!”. En la oscuridad nos pusimos rumbo al hostal. Hacía frío, mucho frío. Nuwara Eliya se encuentra en lo alto de unas montañas, y cambiamos una temperatura agradable por un frio casi invernal. Era la primera vez que pasaba frío en mi viaje.
El día amanecía lluvioso y frío, así que tras debatir nos abrigamos bien, nos compramos un paraguas y nos fuimos a visitar el parque del pueblo, Victoria´s Park. Allí entre fotos, nos sentimos famosos pues los locales no hacían más que pararnos para tomarse fotos con nosotros. Una vez visto el parque, nos tomamos un café mientras la lluvia no paraba.
A la tarde, y una vez parada la lluvia, nos acercábamos a unas cataratas que hay por la zona para volver temprano al hostal ya que a la mañana siguiente nos tocaría madrugar para ir a hacer una ruta y visitar lo que llaman “El fin del mundo”.
Medio dormidos, empezamos la ruta que lleva al fin del mundo. Fue una caminata totalmente recomendable por sus paisajes.
Tras acabar la excursión, el minibús nos dejó en la estación de trenes para ponernos rumbo a Udawalawe. Teníamos muchas ganas de utilizar el tren, pues todo el mundo nos lo había recomendado. Por fin el tren llegó, pero el primer vagón estaba totalmente lleno, el segundo también, el tercero tanto de lo mismo y así hasta ver todos los vagones. Había que subirse, así que como pudimos (aún no lo sé) nos metimos. Estábamos apretadísimos. No cabía un alfiler, pero sí los vendedores de comida y bebida que se recorrían los vagones de adelante a atrás entre la gente (tampoco sé cómo lo hacían). Aunque no era el viaje perfecto, las vistas (entre sobacos y cabezas) eran impresionantes. Tras el tren, un bus y un tuk tuk llegamos a Udawalawe.
Udawalawe
Una de las visitas casi obligadas en Sri Lanka, son sus safaris. Así que de nuevo había que madrugar para ir a uno de los más recomendados, yo pensaba que ni los animales estaría despiertos a esa hora, pero sí. Era el último día del año, así que no me imagino una mejor opción para acabar el año que haciendo un safari y disfrutando de la naturaleza en estado puro.
Medio dormidos llegábamos al Parque Nacional de Udawalawe donde pudimos admirar varias especies de animales. Por supuesto los más espectaculares eran los elefantes, que nos sacaban una sonrisa de admiración siempre que veíamos alguna manada. (¿He dicho alguna vez que me encantan estos animales? ¡Pues sí!). También vimos decenas de pavos reales, búfalos, zorros e incluso cocodrilos.
Mirissa
Llegábamos a Mirissa, en la tarde del último día del año, así que la idea estaba clara, había que salir a celebrar la nochevieja. Tras prepararnos y echarnos el tiempo encima, salimos a cenar, pero nos costó encontrar un restaurante que sirviese cena a las once de la noche, así que acabamos en un restaurante chino en que no había ni la mitad de los platos que estaban listados en el menú y donde conocimos a la camarera más despistada y estresada del mundo. No era la cena perfecta para nochevieja, pero no podíamos parar de reírnos de la situación.
Tras cenar, llegamos a la playa justo a tiempo para hacer la cuenta atrás menos organizada que hemos visto. Casi sin darnos cuenta, habíamos cambiado de año, así que era tiempo de celebrarlo. Toda la playa estaba rellena de gente, con diferentes estilos de música en cada bar. Con unas cervezas en la mano bailábamos mientras las olas del mar mojaban nuestros pies. Sin lugar a duda una nochevieja que siempre recordaremos por ser totalmente diferente al resto.
El nuevo año empezaba en la playa, descansando y mi prima empezando sus clases de surf. Las playas de Sri Lanka son perfectas para empezar a surfear, y las clases eran asequibles.
Al día siguiente, decidimos bucear (para Marta era su primera vez) pero la verdad, no me gustó. La gente con la que fuimos no estaban muy organizados, los equipos estaban bastante desgastados y no me sentí muy seguro. A parte de ello, la visibilidad era bastante mala y no pudimos ver gran cosa por no decir nada. Tal vez no era el lugar adecuado para el buceo o el momento oportuno.
Hikkaduwa
De playa en playa, así que el siguiente destino fue Hikkaduwa, donde nuestro hostal estaba enfrente de la playa por lo que el plan era sencillo. Playa, descanso y actividades de agua.
Mi prima continuó con sus clases de surf mientras yo la observaba desde la orilla. Vale, no es verdad, yo dormía mientras tanto.
Tras haber pasado el último descansando en la playa, el tiempo se había acabado y era momento de ponerse rumbo a Colombo para volver a España. Mi prima acababa sus vacaciones y yo decidía volver tras más de tres viajando para llegar el día de Reyes por sorpresa y como regalo, ya que no había comprado nada.